Lagarto
Algo estaba mal
Desde hace años vengo buscando una entrada al cerro Lagarto, había escuchado su nombre cuando caminé en las faldas de la Sierra Presidencial buscando fotografías de nubes y vistas de montaña.
El Cerro Lagarto fue un lugar al que me dediqué muchísimo tiempo a estudiar. Al parecer, se había cubierto de nubes cuando se hicieron los mapas de 1961 y quedo en el olvido, solo quedó en la palabra.
Tuve una única oportunidad de hacer un sobrevuelo en helicóptero y poder observar un pedazo del macizo. Pude observar algo más: nubes que salían de sus cañones.
Me dirigí eufóricamente a pedirle una coordenada al piloto y logré apuntarla. Por fin, tuve en mis manos la coordenada del Cerro Lagarto y, con ello, una ruta a la Sierra Presidencial, la sierra con más cataratas de Costa Rica.
El planeamiento fue arduo; había que entrar por una selva impenetrable, llevar equipo de seguridad y un equipo profesional de rapel, en el cual llevo ya meses de entrenamiento. Al analizarla pensaba: “esto es imposible, el cañón tiene paredes tan gigantes que no creo poder atravesarlas¨. Mi análisis llevó a la conclusión de que solo se podía ingresar vía un acantilado generado por un pequeño riachuelo.
Durante noches no logré dormir; solo el hecho de pensar en entrar a los cañones de la Sierra Presidencial era de muchísima euforia. La Sierra en sí aparece cubierta de nubes en las hojas cartográficas del IGN, como el Cerro Lagarto. No sabía qué esperar, solo aferrarme a las palabras de los locales.
“-Todo aquel que decide entrar nunca regresa. Dicen que la tierra lo traga.”,
Dice Cascante
Llegó el día.
_Duramos tres días en esta expedición.
Empezamos a caminar de noche bajo un aguacero torrencial; los rayos nos iluminaban el camino. Después de pasar unos potreros que se habían convertido en sabanas de zacate gigante, montamos campamento en el bosque.
A primera hora de la mañana, ya empezaron las complicaciones.
No paró de llover en toda la noche, lo que humedeció todo el equipo de cámaras; un pequeño riachuelo se había llevado una bolsa con la comida que no pudimos recuperar. Estábamos cortos, hambrientos y con un riesgo gigante de no poder realizar la documentación.
La lluvia opacaba mi vista, era difícil la navegación por el bosque. Los insectos abundaban, las lianas de espinas atravesaban mi piel como cuchillos, moscas chupasangre no pararon de seguirme y dejar mi espalda infestada de piquetes. Llegando al punto más alto de la “montaña” , un enjambre de avispas sedientas de agua no me dejó en paz. Tuvimos que huir.
Las adversidades hicieron que sufriéramos muchísimo, cuando entramos al cañón las piedras estaban sueltas, con el peso era difícil tener balance y complicado avanzar. Me aferré a lo que pude antes de utilizar el equipo de rapel. Una vez montadas las cuerdas iniciamos el descenso, ya un acantilado no era obstáculo.
Cada paso que daba, los insectos no dejaban de salir; hormigas escondidas en las palmas, pequeñas serpientes en árboles y un sin-fin de agujeros, posiblemente de saínos.
Después de bajar el primer acantilado me encontré con una planicie en el cañón. El suelo parecía un pantano, lo que no tenía mucho sentido, debido a la enorme pendiente que recién había bajado. las huellas de danta indicaban que había pasto cerca y agua, mucha agua.
La sed era insoportable. Decidí ir en busca de un ojo de agua en la planicie cuando, de repente, caí en un suelo suave, parecía arena movediza, pero de color rojizo.
Ahora tiene sentido lo que me había dicho Cascante:
“-El que se mente a buscar el Cerro Lagarto no vuelve. Dicen que se lo traga la tierra en las gargantas de sus cañones.”
Felipe corrió a ayudarme, logré de salir de la trampa del pantano y aun así las avispas no pararon de seguirnos.
Estaba a salvo.
Cascante mencionaba que las tierras del Cerro Lagarto eran propiedad de un aborigen y que tuviéramos cuidado al ingresar a la garganta. Logramos vencer los pantanos, las trampas de agua y un bosque de espinas. Seguimos un trillo de dantas que nos llevó a un segundo acantilado.
El descenso era difícil, tuvimos que dejar la cuerda. Esto nos obligó a quedarnos dentro del cañón.
Sedientos por un poco de luz y agua, apretamos el paso hasta llegar al río, donde celebré la presencia de agua pura y cristalina. El río en sus partes profundas era de color verde oscuro, casi negro, lo que ocasionaba un reflejo de las paredes del cañón.
Piedras redondas y extremadamente resbalosas fue lo primero que nos recibió por más de un kilómetro. Era difícil el terreno.
Poco después de una curva escondida por la niebla en el fondo del paisaje, se lograba observar una catarata. Era pequeña, lo cual no tenía sentido por ser un río de tanto caudal.
Al acercarnos, logré ver cuatro cataratas consecutivas. “Hemos llegado a la garganta del lagarto” exclama Gallardo.
Cascante tenía razón: el Cerro Lagarto no era el objetivo, sino sus gargantas.
Buscando río arriba un campamento, de pronto apareció la catarata principal, de unos 60 metros de altura y de gran imponencia. En su poza parecía haber una pirámide de rocas que señalaba la dirección hacia Cerro Lagarto. Una poza tan profunda que se volvía negra, inmensa era la poza. La catarata tenía una cueva, hogar de miles de pájaros que no pararon de danzar cuando llegamos; los pájaros celebraron con nosotros la llegada, no sentían miedo. Al parecer, nunca antes habían estado en presencia de un humano, ya que su curiosidad era absoluta. Rocas planas formaban cuevas donde la lluvia de la catarata no llegaba y daba un perfecto albergue a la temperatura fría.
Luego de montar campamento, con mi tecnología, pude analizar los alrededores en busca de la ruta hacia el Cerro. Estábamos dentro de una nube, una nube que era cortada por árboles y daba una sensación de misterio profunda e inexplicable. La garganta era nuestra parada, de aquí era imposible escapar.
La segunda noche llego acompañada de una tormenta tropical de montaña. Los truenos no estaban lejos, y el sonido de los retumbos se incrementaba por el eco de las cuevas de la catarata. La noche fue larga, la tormenta hizo que el río aumentara de caudal y que las hormigas rojas se refugiaran en mis zapatos.
“Ahora siento la fuerza del bosque”, Grité en medio de los truenos.
Cascante nos lo había advertido.
En la mañana, la lluvia continuó. Incestos reptiles y mamíferos habían rodeado el campamento de noche, lo que noté porque se había hecho un hormiguero en mis zapatos y por las huellas de cabro de monte en las cercanías
Tuvimos tiempo de analizar la catarata para, en un futuro, vencerla. Su belleza me quitaba el aliento. Pasé horas gozando de su belleza, tratando de entender la profundidad de la poza, del sentido de la pirámide; de porqué había tanta vida en un lugar tan hostil.
Esta vez no hubo arcoíris, solo una niebla eterna y densa.
El misterio del Cerro Lagarto ha de esperar, todavía queda por descubrir qué hay debajo de las nubes.
Era hora de regresar. Una caminata larga y nocturna nos esperaba. El atardecer en el bosque se vió de tonos dorados entre las ramas y hojas verdes, lo que nos dio paz al regreso.
Un integrante del equipo derramó lágrimas al salir del potero. La experiencia le había golpeado emocionalmente, la euforia de vivir era incontenible.
***
La garganta del Cerro Lagarto esconde muchos secretos; -Cerro Lagarto esconde siete cataratas.
***
Gracias a Felipe Alfaro y Manuel Monge por ser parte de la expedición.